El cine francés no deja de sorprenderme. Esta última película que hace ya una semana que ví, es una pequeña obra de arte, un pedacito de cielo, una historia alegre, centrada en la vida de un hombre bueno, simpático, afable y trabajador, con una serie de personajes bien trazados y agradables que, cual satélites orbitan alrededor de él.
No he escrito esta entrada hasta ahora porque a veces una película me recuerda a un buen café. No sólo cuenta el sabor del momento, sino el poso que queda, el sabor de boca, una vez acabada la taza…Que pasado un poco de tiempo resulta mucho más dulce o por el contrario, amarga…

Las raíces lejanas, el poético exilio, y al mismo tiempo, la nueva patria, en la que los personajes viven de forma integrada y cómoda; el contraste con la nueva generación, que ya no siente suyas las raíces de sus mayores, ni siquiera conoce bien el idioma, y el país que los suyos aman les resulta ajeno y extraño.

La ciudad, Estrasburgo, telón de fondo con encanto y además la película hace partícipe al espectador de la forma de vida cotidiana allí. Y como en la vida real, el fin de semana sirve de punto y aparte para la vida diaria de los personajes con el fabuloso campo francés como telón de fondo.
Y los fantasmas rodean la película. De una manera amable están presentes en cada momento en la vida de los personajes, sobretodo del protagonista, que no parece estar preparado para dejarlos ir, y así le acompañan a cada paso de su vida…Y su presencia, sin embargo, resulta natural, como una parte más de la vida…
Este hombre, generoso y paciente al extremo, encuentra no obstante su recompensa a lo largo de la película, que desborda alegría y optimismo y luz a raudales, casi contagiosa…
Así que nada más queda por decir esta obra está, bien dirigida, fotografiada e interpretada. Un placer verla.
Un beso. Lola
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